miércoles, 30 de enero de 2008

Jim Morrison

El instante en que la vela se apaga...


"Hay cosas conocidas y cosas desconocidas. Y en el medio están las
Puertas…”


James Douglas Morrison:( Melbourne, Florida, USA, 8 de diciembre de 1943 - París, Francia, 3 de julio de 1971) Poeta, cantante y líder del grupo “The Doors”…Puertas
Cuando una estrella del nivel de Morrison muere, se tejen infinitas historias alrededor de ella, y muchos prefieren pensar que esa muerte no existió. La historia oficial dice que murió en la bañera de su casa de París a causa de un paro cardíaco el 3 de julio de 1971. Ahora, un nuevo libro sobre la vida del rockero, llamado The End y publicado en Francia, asegura que en realidad, Morrison murió de sobredosis de heroína en los baños del club parisino Rock and Roll Circus.
Según Sam Bernett, autor del libro, periodista y gerente del club donde supuestamente murió Morrison, relata que después de haber ingerido grandes cantidades de alcohol y conseguir la heroína, se encerró en el baño del club, donde más tarde fue encontrado muerto por el mismo Benett; con la cabeza entre las rodillas, los brazos colgando, la nariz sangrando, la boca abierta y rodeada de una baba blanquecina.
La versión de su novia, es la que todos conocemos. Que ellos habían ido al cine la noche anterior, y que por la mañana encontró a Jim muerto en la bañera.
El músico Philip Steele, autor de una novela autobiográfica de Morrison, “City of Light”, discute la versión de Bernett y asegura que la misma está basada en otras dos biografías escritas por Stephen Davis y Danny Sugerman. Steele cree que Morrison pudo haber sufrido un desmayo en el baño del club, pero que su muerte ocurrió en el de su casa, al tomar por error la dosis de heroína de su novia en lugar de la de cocaína acostumbrada.
Lo único concreto es que murió, y la verdad se la llevo a la tumba।



Estamos colgados cabeza abajo
al borde del aburrimiento
Buscamos la muerte
en el cabo de una vela
Buscamos algo
que nos ha encontrado



Los datos sobre la muerte de Morrison fueron extraídos de algunas páginas, y diarios.


miércoles, 23 de enero de 2008

Agosto en Woodstock


Había amanecido con un sol radiante y caliente. Por la carretera ya se podía ver la caravana de autos y los jóvenes que caminaban en grupos. Algunos haciendo dedo, y otros simplemente disfrutando de la caminata.
Venían de todas partes, incluso de otras ciudades lejanas, contentos pensando en lo que iban a vivir, en lo que la vida les deparaba.
Yo sentía que había caído como desde un paracaídas en el medio de un acontecimiento que estaba haciendo historia. La casualidad me había llevado tantos kilómetros de Buenos Aires, para formar parte de algo único que se desarrollaba en las afueras de New York, en una granja de Bethel, más precisamente en sullivan County, en los terrenos de Yasgur. Woodstock se había pensado como lugar del concierto, pero hubo problemas y no pudo realizarse allí. De todos modos quedó como nombre emblemático.
Durante muchos años, cuando se hablaba del famoso acontecimiento y yo inocentemente acotaba que había formado parte de esa historia, la gente me miraba incrédula, como si fuera una triste mitómana fabuladora. Con el correr de los años me convencí que era mucho mejor no decir nada; y como no tenía forma de justificar con pruebas mi participación y tampoco me importaba, terminé resignándome al mutismo.
Caminé feliz durante horas o siglos entre gente a la que llamaban hippie. Me gustó su manera de vestir, su felicidad contagiosa, su filosofía del flower power, esa forma simple, espontánea y libre de manejarse. Como si lo único importante fuera ese instante fugaz e intenso que estaban viviendo. Ahora treinta y tantos años después, entiendo que la felicidad está hecha de esos retazos que quedan para siempre en la memoria, que hay que saber atraparlos y atesorarlos por ser únicos. No quiero juzgarme o que me juzguen, éramos jóvenes, necesitábamos experimentar, escribir nuestra propia historia, ¿quién sabe como vivir su propia vida? Tal vez vivir sea un ensayo permanente.
Confieso que no siempre pensé así. Durante muchos años recordar las vivencias de esos días, me daba bastante vergüenza; Buenos Aires no era Nueva York, si bien acá siempre miramos esa vida como algo posible de imitar. Sin embargo hacía falta el desenfado, y aquí no estaba contemplado en absoluto. Nuestra sociedad pacata no aceptaba la libertad bajo ningún punto de vista.
Esta es mi crónica de esos días.

Día 1 a 2
“…pon tu frente sobre mi frente, y tu mano en mi mano
Y hazme los juramentos que romperás mañana
Y lloraremos juntos hasta el alba…”
Paul Verlaine

Caminamos muchos kilómetros hasta llegar a la granja. Hacía calor. Los grupos se movían ansiosos, mezclados entre la caravana de autos. Era increíble ver esa masa de gente. No había disturbios, la armonía reinaba.
Muchos empezaban a despojarse de sus ropas, mujeres incluidas, llevando las túnicas anudadas a la cabeza. El lugar estaba repleto de gente, y se estaba terminando de armar el escenario. Nos fuimos acomodando dónde podíamos, sentados en el suelo, sobre las mochilas.
Yo fui invitada por mi prima cordobesa que estaba radicada allí con su padre desde muy chica. Ella con dieciséis años, igual que yo, hacía una vida bastante libre, mientras que a mí ni siquiera me dejaban ir a bailar. En el fondo me fascinaba la idea de transgredir la estúpida vida que llevaba en Buenos Aires, y hacer algo distinto sin la vigilancia de mis padres. Estaba realmente contenta. Por suerte había aprendido inglés y me manejaba bastante bien con el idioma, entendía casi todo lo que escuchaba a mí alrededor.
Era hermoso ver tantas caras rubicundas y negros de verdad, con la piel casi morada. Tan felices todos. La mayoría armaba unos cigarros finitos con el tabaco que sacaban de una bolsita, pensé, que raro “Lo venden en bolsita”, en Buenos Aires lo empaquetan.
Mi prima me da un codazo.
—Boluda! Dejá de mirar con cara de estúpida, ¿nunca viste hierba?
— ¿Hierba? ¿Qué hierba?- pregunté incrédula.
— ¡Marihuana!
Ahora también me miraban las amigas con cara de bobas, como burlándose de mí.
Las ignoré y me aparté un par de metros al lado de otro grupo. Todos me sonreían y yo les respondí con una gran sonrisa. También estaban armando, y uno de ellos me convidó. Lo tomé para no sentirme una boluda de país sudaca en vías de desarrollo, como me habían enseñado en el colegio; una manera menos decadente de decir que no estábamos desarrollados. Les dije “thank you” y lo tomé como si estuviera acostumbrada a hacerlo. Lo encendí y cuando le di la primera pitada tragando el humo, sentí que me ahogaba, entonces alguien me dijo al oído “primera vez” en español, y agregó, “tienes que retener el humo un rato, después lo sueltas”. Me di vuelta y encontré una cara morena y una sonrisa perfecta de dientes blancos. ¿Latino? Le pregunté, “Colombiano” me respondió. Se sentó a mi lado, siempre con esa sonrisa. Al rato yo también tenía la misma expresión. Milagrosa marihuana, pensé.

La música empezó a sonar y la multitud a agitarse junto con ella. Todo era nuevo y extraño, pero me gustaba. El festival lo abrió un tal Richie Havens, y cantó algunas canciones de los Beatles. Algunos bailaban, otros cantaban, otros, bueno, cada uno hacía lo que quería. Con el transcurso de las horas todo se iba poniendo más denso.
A mi prima y sus amigas apenas las vi; se habían mezclado con un grupo hippie y no paraban de fumar, iban y venían todo el tiempo. Yo me quedé en el mismo lugar durante horas con el colombiano, Jeremy o Jeremías. Me gustaba mucho su pelo afro, la túnica sobre el pantalón lleno de flecos y sus sandalias de cuero.
Habían pasado varias horas, ya era noche cerrada y llovía, en ese momento estaba en el escenario Ravi Shankar que se quedó igual, a pesar de la lluvia. Estaban todos eufóricos y eso aumentó cuando el sabado cerró Joan Baez. Creo que me quedé dormida, no sé, había fumado demasiada hierba. No sé cuanto tiempo pasó. Al abrir los ojos, sentí un dolor punzante en el hombro. Jeremy se había quedado dormido sobre el y una de sus manos reposaba sobre uno de mis pechos. Lo aparté horrorizada, pero cuando miré a mi alrededor era muy de noche nuevamente, y por todos lados se podían ver parejas y grupos teniendo sexo sin ningún tipo de pudor. Me asusté al principio, pero todo comenzaba a formar parte del paisaje.


Día 3 a 4

Corrían los primeros minutos del domingo, cuando se reanudó el movimiento de músicos. Comimos y tomamos algo. La gente estaba nuevamente eufórica. Muchos estaban consumiendo drogas fuertes. Eso me asustaba. Jeremy y yo seguíamos con la hierba, creo que perdí la cuenta de la cantidad que fumé. Todo era desmedido.
Empezó a tocar un guitarrista muy joven que con el tiempo se convertiría en icono de la juventud, su nombre “Santana”, jamás escuché sonar una guitarra de esa manera, salvo hasta el final del festival cuando tocó Hendrix durante dos horas en las que nos dejó a todos paralizados y con la boca abierta. Pero tanto uno como otro, podían hacer hablar a sus guitarras, como si tuvieran alma. Nunca pensé que viviría algo tan excitante.
No todo era de color rosa, la mugre nos tapaba, teníamos hambre. Era imposible mantener saciados a la horda de gente, nada alcanzaba, y si a eso le sumábamos el estado lamentable como consecuencia de la droga, estábamos más en el infierno que en el paraíso musical. Sin embargo había una tendencia general por pasarla bien, y en determinados momentos el clima era increíble. Cuando subió Janis Joplin al escenario, creí que moriría de la emoción. Escuchar su maravillosa voz, tan desgarradora. No paré de llorar. ¿Quien podría creer que estuve tan cerca de la Joplin? Cuando recuerdo ese momento se me eriza la piel y siento un vacío en el estómago. Nunca dejé de escucharla, a lo largo de estos treinta y pico de años, jamás.
Creo que Jeremy, a pesar de su cara de inocente, supo aprovechar muy bien mi momento de euforia ocasionado por la presencia de Janis y la droga. Cuando pude reaccionar lo tenía sobre mí, ni siquiera recordaba que hasta un momento antes era virgen. Por supuesto que nadie reparaba en nosotros, había parejas ocasionales por todas partes, hombres y mujeres que iban cambiando de bolsa de dormir para compartir el amor libre, sin prejuicios. Yo nunca había vivido nada, era apenas una niña; ni siquiera sabía sobre el tipo de música que sonaba, que por supuesto estaba prohibida en las “casas decentes”. Pero después de esos días en Woodstock, nunca dejé de ser hippie, lo soy hasta ahora con mis cincuenta y tantos años. Una eterna hippie que la gente siempre miró con recelo, pero que a pesar de las modas que fueron sucediendo, no lo dejará de ser jamás. Claro que ya no hablo del recital como una parte de él; sólo como alguien más que admira los sucesos de ese agosto de 1969.
Siguiendo con mi relato de esos días, debo decir que el descontrol me alcanzó también a mí. Es difícil de explicar como las masas se sugestionan, se contagian la euforia, la pasión. Sí Pasión, porque estábamos todos embargados en ella, se nos metió en la piel, en la sangre, como un virus…un virus musical, excitante, único; algo que nos hacía especiales a todos.
Era de día o era de noche, las horas corrían sin que nadie reparase en ellas. Con Jeremy hacíamos el amor mirando la luna, a veces él lo hacía con otras, pero siempre volvía a mí. Y nos emocionábamos juntos.
Llegamos a la última noche. Nos abrazamos muy fuerte, como queriendo devorarnos, y así la noche se hizo día y nos olvidamos de todas las promesas. Lloramos de emoción, de amor, de pena.
El festival cerró con Hendrix y emprendimos la vuelta. Caminamos de la mano sin hablar, fue difícil, demasiada gente cansada, drogada y hambrienta. Sin embargo, todos sabíamos que nos llevábamos algo, y ese algo nos acompañaría durante toda la vida. Yo lo sabía más que nadie.
En la entrada del pueblo me encontré con mi prima y sus amigas. Me despedí de Jeremy. Comprendimos que jamás volveríamos a encontrarnos. Él viviría en un barrio de latinos en las cercanías de la gran ciudad. Yo volvería en unas semanas a Buenos Aires, a terminar el colegio, ya que las vacaciones de invierno habían concluido y empezaban a correr las faltas.
Durante muchas semanas me sentí muy rara; un poco por el efecto que Woodstock había provocado en mi y otro tanto cuando me di cuenta que estaba embarazada. Para ese entonces ya me había metido de lleno en la rutina de las clases.
Sin entrar en detalles, ocho meses después nació una niña a quien llamé Bethel. Morena, hermosa, con el mismo pelo de su padre. Jamás hable sobre Jeremy, aunque permanentemente lo recuerdo cuando la miro a ella.
Se que mucha gente se avergüenza de mi, sobre todo mi familia. No me importa demasiado. Bethel me va hacer abuela, y vuelvo a ser feliz y a creer. Nunca pude amar de verdad a un hombre. Siempre viví en un mundo utópico, dónde el amado, en la memoria, sería eternamente un joven de 18 años. Ella no sabe de Jeremy, su padre, algún día leerá con vos éstas líneas y lo sabrá, y también que en Woodstock la engendré y amé por primera vez. Y tal vez, quién sabe, pueda entender todos mis silencios.

Simplemente Janis Joplin

Piece of my heart
Recital en vivo, Alemania 1969




Summertime




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